Hay un lugar interior que todo ser humano debiera conservar intacto, puro, colmado de paz y vitalidad. Este lugar es en donde nos refugiaremos cuando algo nos desequilibre. Será un lugar donde inconcientemente reposaremos cuando algo nos altere el estado de bienestar. Simplemente, cuando algo nos suceda, tendremos un lugar interior al cual recurrir, un lugar que no se vio afectado por lo que afuera sucedió.
Será un cuenco de paz interior en el cual nos sostendremos para poder afrontar enteramente aquello que nos afecta. Si encontramos este lugar interior, sea lo que sea que nos suceda, no será tan grande, ni nos desequilibrará desmedidamente. No se producirá la sensación de quebranto interno ni un estado de soledad o desolación.
Este lugar se construye desde los primeros momentos del niño sobre la tierra. ¿Cómo? El niño nace con la conciencia de que el mundo es bondad, amor y armonía. Viene de una fuente de plenitud hacia el mundo físico, mundo que muchas veces se vuelve duro, molesto y doloroso para los más pequeños. Son los padres y el entorno más cercano, los que deben confirmarle al niño que efectivamente lo que espera del mundo es correcto. Que ellos son sus nuevos protectores y dadores de Amor y cuidado. Se confirmarán haciéndoselo sentir a través de su cuidado amoroso y dedicado.
Lo primero que el niño necesita está íntimamente relacionado al cuidado de su cuerpo físico: necesita alimento, higiene, muchas horas de sueño, tranquilidad en el ambiente que lo rodea, contacto. Pero esto no es más que algo superficial, si no se realiza con verdadera devoción hacia este pequeño ser angelical que hoy ha llegado a la tierra y me ha elegido como su guía.
Si el niño tan solo recibe de sus padres el cuidado a modo de deber, sin la verdadera participación interior, sin paciencia, sin amor y disfrute, esto no será suficiente para que se genere en su interior este refugio del cual hablamos al principio.
En cambio si el niño recibe a través de cada acto que se realiza para su cuidado, calma, devoción, entrega amorosa, dedicación y presencia, en su interior se irá construyendo un espacio de paz, sensación de bienestar, cuidado, contención y seguridad ante el mundo y de si mismo ante el mundo.
Si el niño recibe genuino cuidado y dedicación con total entrega por parte del adulto a cada momento como un acto sagrado, en su interior un cuenco de paz y confianza hacia el mundo se irá generando. Este cuenco será el refugio del niño, y en el futuro del adulto, en momentos en los que el mundo lo desestabilice.
Entonces ahora comprendiendo la importancia del cuidado de la vida interior del niño a través de la verdadera entrega por parte del entorno más cercano, es momento de ver qué sucede cuando el niño va creciendo y este cuidado no forma parte de su realidad cotidiana.
Hay dos puntos fundamentales y de preocupación actual que se desprenden del deficiente cuidado de la vida interior del niño.
Intolerancia, poca paciencia, irritabilidad
Si el niño no recibe del entorno, padres, primeros maestros, etc. el cuidado, amor y verdadera entrega que le generará en su interior la confianza de existir, la confianza en el mundo, la alegría y seguridad de estar vivo; ese cuenco paz interior, silencio y armonía, difícilmente sienta estos estados de la nada. Él nace con la conciencia de que el mundo es bondad, amor y paz pero si lo de afuera le indica otra cosa, esta conciencia va transformándose, generándose en su interior desconfianza, temor en estado de latencia e intranquilidad, que es igual a un estado de no paz, no quietud, no confianza ante la vida.
En estos casos, el cuenco que debería empezar a formarse en los primeros años, no se forma. El niño comienza a crecer con un estado interior alterado, irritado, incómodo. Este niño no sabe lo que es estar tranquilo, pues nadie lo supo guiar hasta allí, él sabe que el mundo es bastante duro, que debe estar alerta, debe saber defenderse, moverse y hacer un esfuerzo por encontrar el bienestar afuera de él.
El niño no tiene un lugar donde reposar dentro de si mismo, donde encontrar estabilidad emocional y asistencia ante los hechos desagradables de la vida cotidiana. Podría decirse que el niño no se percibe como una integridad en bienestar. Se percibe como partes separadas, unidas por un minúsculo cabello de Ángel.
Si algo le sucede a este niño, si en la escuela recibe un daño a su ánimo, si en la casa su padre lo regaña o le pide silencio y quietud, si se lastima o se golpea, rápidamente el “equilibrio” se rompe. Se quebranta su momentáneo estado de tranquilidad, todo se vuelve grande, muy pesado. Este niño no tiene donde recurrir, llora desgarradamente, grita sin consuelo, vive los limites como una dureza insostenible. No soporta el daño pues no tiene un lugar dentro de él donde refugiarse y encontrar y reconfirmar que todo es pasajero, que la paz perdura pese a lo hechos superficiales. Este niño tiene poca tolerancia ante la negación del mundo, ante los límites naturales de él. No puede soportar la injusticia, porque no conoce que finalmente pese a lo que suceda, adentro está la paz y el equilibrio.
En definitiva no hay sentimiento de integridad, hay partes por aquí y partes por allí que forman el todo del niño en una estabilidad muy sensible, y cualquier hecho que toque esta estabilidad, la rompe y el niño vuelve a sentir que el mundo no es bueno con él.
Cualquier malestar parece un problema existencial para este niño.
Y he aquí la palabra que le es muy difícil vivenciar a los niños con el estado alterado del sentido de la vida: La tolerancia.
Tolerancia hacia lo que le sucede, paciencia para saber esperar, paciencia para poder entender que las cosas no siempre son como deseo. Tolerancia al mundo de afuera.
Si el niño no tolera su interior, ¿cómo podrá tolerar lo que recibe de afuera como “daño”? Si el niño no conoce la quietud interna, ¿cómo podrá tener una postura paciente ante el mundo que le dice hasta acá, espera un momento?
¿Cómo podrá amar la vida si en su interior tiene inconcientemente un registro de que existir muchas veces duele?. ¿Cómo podrá escuchar y tener paciencia, si dentro de él no hay un lugar donde él pueda reposar mientras espera?.
Podré escuchar al prójimo, prestar atención y considerar su idea más allá de que comparta o no su enfoque a través de mi calma interior y paz. Estando en un sano lugar interior, tendré la capacidad de mirar hacia afuera y poder aceptar la diferencia. Pero si primero no hay una aceptación interior, y hay en su lugar un deseo inconciente de huir de mi mismo, ¿cómo podré abrazar lo que esté fuera de mí?
Este niño en general percibe en su interior caos, desorden, separación, en vez de sentir paz interior, sensación de integridad y registro de que el mundo es bueno y cálido con él, lo cual le permitiría contemplar, esperar confiadamente, sentir seguridad de si mismo y de lo que sucede afuera.
Es fundamental que el niño confirme día a día que el mundo es bueno, ¿cómo? A través del cuidado, amor, entrega y dedicación plena y sincera por parte del adulto. Y principalmente, a través de la tolerancia del adulto ante lo que el niño manifieste.
Hiperactividad
Como ya hemos dicho, si el niño cada vez que está en silencio, cada vez que está quieto, cada vez que llega la noche y debe ir a dormir, su conciencia se va hacia adentro y comienza a registrarse intranquilo; si cuando comienza a registrar su interior nota que allí no hay un refugio donde sostener su quietud y silencio, y hay en cambio un sentir desordenado, inconforme, inseguro, querrá evitar de todas las maneras posibles sentirse. Entonces estos niños no se permitirán estar en silencio, no se permitirán estar quietos, irán de aquí para allá inconformes, queriendo constantemente llevar su conciencia hacia afuera. No quieren sentirse porque eso les da terror, les hace sentir que están desprotegidos. Se alteran, se mueven, no se permiten el silencio, se vuelven adictos a la TV, a los juegos de computadora, a la música, todo esto los distrae y los mantiene en una conciencia artificial, no propia.
No pueden mantener la concentración porque nuevamente su conciencia se va hacia adentro, y adentro lo que hay no es bello, no es paz.
En relación a este tema Henning Köhler dice en el libro “Niños temeros, tristes e inquietos”: “Durante el día la ocupación esencial de dichos niños es el rechazo al cansancio, y de por si, el rechazo, la oposición a todas las formas de serenidad y calma, puesto que durante el estado de tranquilidad la conciencia es llevada, conducida al propio cuerpo, y si los sentimientos que se producen son desagradables, los niños comienzan a moverse excesivamente, a correr, a charlar o a producir ruidos, a toquetear, a morderse las uñas, a hacer muecas. A menudo estos niños hasta desarrollan tics nerviosos. Prefieren un entorno ruidoso porque así desvían su atención.
Estos niños son torpes, se lastiman constantemente. No miden sus movimientos, se golpean o golpean por sus brutas sacudidas.”
Y como hemos dicho anteriormente, un buen aliado para evitar sentir lo que nos pasa es dormir la conciencia ante la TV o la computadora, y también consumir excesivamente golosinas y dulces. Muchos niños encuentran en todo esto un respiro, por un pequeño instante una sensación de paz, de salud física y anímica, lo sienten gracias a estos medios pero claro que es transitorio, y además esto no produce ningún bien profundo.
Todo lo hacen para no sentirse internamente. Si no estoy en paz internamente, evitaré sentir mi interior.
A estos niños se los conoce comúnmente como niños hiperactivos.
De más está aclarar que la hiperactividad puede darse a consecuencia de múltiples y variadas situaciones que pueden guiar o provocar en el niño dicho estado. Aquí estamos hablando de algo fundamental, que si se conoce, podrá marcar un principio de ayuda en la problemática del niño.
Lamentablemente cada vez aumenta más el número de niños con esta conciencia alterada, y no se trata de buscar culpables, muchas veces los padres se esfuerzan por darle concientemente lo más apropiado al niño y aun así esto aparece.
Seres humanos, adultos, todos lo sabemos también, no solo le sucede al niño, hoy esto es un problema social.
Hoy en día la intolerancia ante la diferencia, la impaciencia ante un cambio, la irritabilidad, el no saber escuchar, el no poder comprender el proceso del otro, es moneda corriente. A menudo los seres humanos no toleran la libertad del otro, las elecciones y caminos que difieren al mío. Pareciera que ser o hacer algo diferente es un defecto y hay que evitarlo o forzarlo a que sea como yo creo.
El mundo también está hiperactivo, vive en la superficie, no puede bajar porque ha perdido de vista lo esencial. Si se mira hacia adentro muchas veces no se encuentra nada, todo es difuso en la profundidad, es más seguro mantenerse sujeto a la superficie, por lo menos mi interior aquí arriba no se encontrará amenazado.
Muchas veces los adultos están enredados en una compulsividad, trabajan y trabajan sin tener horas de descanso, inclusive muchas veces salen de sus trabajos y encienden el televisor o realizan compulsivamente una actividad tras otra. Hasta muchas veces este insostenible vacío genera una ansiedad tal que causa adicciones al cigarrillo, bebidas alcohólicas, drogas, etc. Sin notarlo parte de la humanidad está caminando en círculo sin evolucionar, sin reflexionar, y muchas veces sin mirar los ojos de sus niños.
Pero sin irse a tal extremo, aunque lamentablemente exista, en general lo que mayormente sucede es que los adultos se encuentran constantemente irritados, no saben descansar, contemplar, reposar, sentir bienestar, no hacer “nada”. Deben hacer porque si no hacen, lo que sienten no es bello, no es armónico, no les produce bienestar. El cuenco interior no está o bien está tapado de inseguridad y miedo. Puede que, como estamos elaborando ahora, este estado interior no haya sido conquistado durante la niñez, pero ahora siendo adultos tenemos la capacidad de observarnos, y de la observación podemos reconocer qué parte nuestra está insana, necesita cuidado y atención.
Muchas veces el adulto hiperactivo exige al niño que no lo sea. Muchas veces el adulto intolerante, que no sabe esperar, que no tiene paciencia y que está la mayor parte del tiempo alterado por esto o aquello, le exige al niño quietud, concentración, paciencia.
Nos han enseñado a enseñar así de la palabra hacia afuera, pero los niños de hoy nos muestran que ya no sirve. Puede que generaciones anteriores a través de la prohibición, el castigo, el regaño, la amenaza, el miedo o la dureza hayan impuesto al niño lo que debe ser y hacer mas allá de lo que el adulto es, pero ¿cuánto tiempo este niño que se lo fuerza a ser bueno, a estar quieto, a estar callado, a estar atento, puede conservar este "aprendizaje" una vez que los adultos no lo miran? A menudo, fuera del entorno familiar estos niños estallan sin medida, o bien estos niños en su adultez les cuesta enormemente saber cómo ejercitar la conciencia, solo saben obedecer reglas.
Ahora todo se vuelve un poco más sutil, no importa la información, el deber, la moral impuesta, ellos perciben directamente el interior del adulto, y eso manifiestan.
Cómo crecer como adultos. Cómo ayudar a estos niños
Todo, por más incorporado y fijado que parezca estar, puede revertirse y ser cambiado. Sólo es cuestión primero de reconocer cuál es el tema a trabajar, después trabajar sobre la aceptación verdadera y total de ello, para luego poner en práctica las herramientas apropiadas para ayudar a mejorar cada caso.
Para los niños que tienen alterada su interioridad, hay que ofrecerle posibilidades que fortalezcan y colaboren con la sana maduración de su interior.
Concretamente estamos hablando de prestar especial atención al cuidado del cuerpo del niño con un cariñoso, genuino y entregado contacto físico.
También hablamos de la alimentación, hablamos del cuidado y la responsabilidad en la alimentación. Aquí hay que considerar que el niño no sólo se alimenta de los nutrientes sino de la energía con la cual fue hecho dicho alimento. Es por eso que como adultos debemos estar presentes y consientes de la disposición que tenemos en la elaboración de todo lo que le ofrecemos al niño.
No hay que olvidar la sensibilidad de los Niños de Hoy, y que todo lo que sucede lo veamos o no, tiene un eco en su interior. Cuando hablamos de cuidado muchas veces olvidamos cuidar las sutilezas, siendo estas muchas veces las que más afectan a la vida anímica del niño. Considerar el cuidado de lo sutil es una tarea diaria.
El ritmo, ofrecerle al niño contención en los esquemas cotidianos hogareños: Respetar la hora de sueño, la hora de la cena o almuerzo, el momento del juego, el momento de hacer la tarea de la escuela, el momento del cuento. Es importante que el niño se sienta contenido en lo que recibe. Si por ejemplo una noche se acuesta a una hora, al día siguiente se acuesta a otra, y cada día es algo totalmente desordenado, esto no colabora favorablemente con su desorden interno. Todo lo contrario, este desorden interno encuentra afinidad en lo arrítmico, y a menudo el niño puede acentuar su desequilibrio sin nosotros notar que la causa es el desorden que se le ofrece en lo que recibe cotidianamente en el hogar.
Pero, queridos adultos, continuando con lo sutil, hay algo aquí fundamental, muchas veces no importará tanto QUÉ se le ofrezca sino CÓMO usted lo haga: Con qué energía, con qué predisposición, con qué amor, con qué delicadeza, con qué alegría, con qué disfrute, desde dónde, desde qué parte suya. Medite sobre su actitud cotidiana ante el niño tanto si es padre, maestro o terapeuta.
En el caso del hogar las preguntas a reflexionar serían: ¿Con qué energía y disposición anímica cocino sus alimentos? ¿Con qué alegría lo acompaño a dormir, o le leo un cuento? ¿Con qué entusiasmo le enseño y explico la tarea de la escuela? ¿Con que vibración salen las palabras de mi boca cuando le explico algo o le pongo un límite?
¿Cómo es usted con el orden? ¿se siente ordenado internamente? ¿Cómo es el orden de los horarios de la casa?
Hablemos acerca de esto…
El cuidado de la vida interior del niño
Estamos hablando de un nuevo paradigma, ya no hablamos de lo que debemos y no debemos, de lo correcto o incorrecto, los nuevos niños nos sumergen en las profundidades de nosotros mismos aunque no querramos. Nos dicen, nos piden que miremos nuestra alma primero, para luego poder cuidar la suya.
El niño, ya desde el momento en que es concebido debiera percibir del entorno y de su madre el mensaje, la vibración de: “te amo, te cuido, ven tranquilo, aquí la vida es bella”.
Luego al nacer cuando el cuerpo le resulta incomodo, el cuidado del adulto y el contacto le deben confirmar este mensaje: “si duele pasará, si lloras hay un consuelo y un abrazo, si estas incómodo en mis brazos encontrarás paz, duerme que te cuido, con toda mi aura te envuelvo.”
Es como ir moldeando con la fuerza del amor, con la quietud espiritual, con el contacto seguro y tranquilo, un cuenco de arcilla en su interior, sutil pero fuerte, colmado de ánimo, fuerza y seguridad de existir.
Estamos hablando de superar el discurso moral de bien y mal, además recordando que no sólo alcanza con ser aquel ejemplo superficial que muestra al niño mediante su accionar las cualidades de lo que este debe copiar de él. Esto es un gran paso, podría decirse que es el primer paso cuando aun no se ha conquistado algo mayor, pero si elevamos más nuestra búsqueda encontraremos una nueva ley pedagógica.
Estamos siendo guiados hacia una actitud más elevada de nosotros mismos: ¿Qué vibra el adulto cuando le habla al niño o cuando busca ser su ejemplo?
Esto es lo nuevo: Lo que el adulto vibre en su accionar, traspasa el accionar y se vuelve esencia permeable al niño. Si queremos enseñar al niño lo que es la calma, el adulto debe saber conquistarla interiormente primero. Sentir su recogimiento, su concentración, su propio cuenco primero. Y si nota que no lo tiene o está dañado, debe transformarse responsable y alegremente en su propio escultor moldeando su cuerpo y su interior como arcilla, trabajando en sí mismo con sinceridad como un niño.
Si conozco el camino que lleva a la paz podré guiar otros a su encuentro.
Pero en general ¿Qué es lo que sucede? Esto niños movedizos, inquietos, irritables, intolerantes sacan rápidamente del eje al adulto. Ante los recurrentes estados de estos niños, rápidamente el adulto se vuelve intolerante e irritable también. Ambos vibran en la misma frecuencia.
Los niños sacan a flote lo que está más allá del mensaje que damos para educar.
Paciencia, estado sereno y calmo, capacidad de contemplación y quietud, escucha atenta y abierta, es lo que necesitarán estos niños como trato.
Y para que el sentir paciente y calmo surja espontáneamente por parte del adulto, antes de querer cambiar al niño, se debe el adulto poder sentirse, aceptarse y aceptar.
Primero me miro, me reconozco y me acepto. Después miro al niño, lo reconozco y lo acepto. Y de la aceptación SIEMPRE SURGE LA PAZ. Abrazo al niño con mi paz, y pese a lo que haga, lo invito con movimientos cálidos, con serenidad en mi voz a volver a si mismo. Con un cuidado diario y periódico de su interior, el niño comenzará a construir su propio cuenco.
Cuando dejamos de negar y luchar contra lo que queremos cambiar, cuando surge la verdadera aceptación, todos ustedes lo saben, en algún momento lo han podido notar, sorpresivamente algo empieza a cambiar. ¿Qué cambia? ¿Cambio yo o cambia el otro? No hay separación, la unidad que formamos con el otro hace que todo movimiento interior sea percibido afuera de mí y cause una transformación.
Además, cuando aparece la paciencia, aparecen nuevas herramientas que tan lejanas parecían cuando estaba corrido de mi eje. Ahora puedo jugar con el niño aunque este se enoje con facilidad, ahora puedo mantenerme sereno cuando en la mesa en niño se torna movedizo e intranquilo. Puedo esperar que se le pase, no tengo apuro. Ahora puedo leerle un cuento aunque parezca no escucharme, puedo mantener mi concentración aunque parezca en vano. Ahora puedo hablarle a su alma, desde mi más profunda paz, y más aun, puedo sin hablar mostrarle lo que es la Paz.