La esencia de todo ser humano es buena, no hay ser humano que no esté conectado al bien. Por supuesto que nuestra biografía puede determinar ciertas tendencias; es decir, las experiencias vividas a menudo determinan nuestro camino, pero más allá de nuestras elecciones hay una parte en nuestro interior que permanece inmutable.
Hablo de la esencia espiritual, de la parte más sabia y verdadera que todos tenemos. Y los niños, por su poco tiempo de existencia en la tierra, y por ende por sus tan pocas experiencias de vida, conservan este núcleo puro, y debido a esto son constantemente influenciados y guiados por él.
Vive en el niño una fuerte y profunda afinidad hacia el bien. Un deseo de mejorar la humanidad. Nos encontramos muchas veces ante niños con un intenso anhelo de paz en el mundo, o niños que demuestran una profunda tristeza cuando descubren que otros seres sufren.
¿De dónde proviene esta naturaleza? ¿Está relacionada con la educación que recibe de sus padres, en la escuela o proviene de una fuente mucho más profunda?
Esto muchas veces se preguntan los padres, todos los educadores, cuando descubren en los ojos del niño la necesidad del bien, la necesidad innata de que otros seres humanos no sufran, y nadie se lo ha inculcado.
Este es un misterio inexplicable desde el lado racional, pero totalmente comprensible desde el lado espiritual.
Es una fuerza que busca el bien. Una fuerza que anhela el bien común, y que busca la forma de concretarse.
De aquí proviene la inclinación del niño hacia el bien, es innato, es tan concreto como su cuerpo y su respiración. Pero si no conocemos esto, sin darnos cuenta podemos desviarlo, lo cual lamentablemente no sólo dificulta el desarrollo personal del niño, sino también su relación con el mundo.
Ahora ¿cómo relacionamos esto con la educación?
Como hemos dicho, es de la fuente espiritual del niño de donde proviene su deseo del bien, sus ideales, la moral innata.
Cuando hablo de “moral” no hablo de algo preestablecido a través de un orden externo como leyes o pautas de convivencia. Hablo de una conciencia del bien, una conciencia del respeto humano. Hablo de valores naturales que todos traemos en nuestro ser y no los ejercemos porque el entorno no nos propicia el uso de la conciencia.
Para comprender esto voy a citar un simple ejemplo: Muchas veces encontramos carteles que dicen: “Prohibido arrojar basura. Será severamente multado”.
Entonces, si usted no arroja basura en ese lugar ¿es porque tiene la conciencia de que no es bueno?, ¿o es porque no quiere recibir una multa?
Aquí no estamos ejerciendo nuestra moral innata, aquellos valores que traemos y están en la conciencia naturalmente. Aquí simplemente nos estamos ahorrando el trabajo de tener que elegir concientemente qué es bueno y qué no es bueno.
Así hemos crecido. En la escuela por ejemplo un niño lleva su tarea hecha porque si no la realiza tendrá una mala nota. ¿Y su deseo de aprender?
El niño no golpea a otros niños porque recibirá un castigo; o limpia el lugar de estudio porque recibirá una buena apreciación de sus maestros, o una buena nota de conducta.
¿Está aquí siendo ejercida la conciencia? ¿o simplemente actúa el niño por causa y efecto casi instintivamente como lo haría un animal que si sale a la calle es regañado por su dueño?
Como dice Henning Köhler en el libro "Niños temerosos, tristes e inquietos": "La moral que es forzada sutil o grotescamente, conforma un obstáculo para la moral autónoma que son los formadores de los ideales autónomos. Cuando la educación parte de enseñarle al niño que renunciando a algo determinado, finalmente se obtendrá un beneficio mayor, desvirtúa esta innata facultad de altruismo."
Hoy, comúnmente los educadores negocian con los niños para lograr que realicen determinada tarea, o se comporten de determinada forma. Caen en el recurso de premio-castigo.
Si se le hace ver al niño que realizando algo obtendrá determinados privilegios, se ejerce una presión sobre el niño evitándole la posibilidad de elegir CONCIENTEMENTE hacer o no hacer ciertas cosas. Así no fomentamos la sensibilidad moral sino una astucia calculadora que en esencia es altamente asocial.
Si el niño sólo hace el bien cuando recibe un privilegio, cuando no lo reciba no sabrá qué hacer, o directamente no hará nada.
Lamentablemente cuando caemos en las fáciles negociaciones: “si haces esto, por la tarde te compraré aquello”, “si estudias, el fin de semana irás al cine”, “Si te comportas bien, más tarde podrás ver la TV”, “si te comportas mal, no podrás invitar amigos a tu casa”, sólo estamos amenazando a los niños. No estamos ayudando a que su conciencia crezca y se fortalezca. Lo único que logramos con este tipo de educación es que los niños sólo hagan cosas si reciben un beneficio a cambio. Si no es así, pierden la voluntad.
Aquí hay otro punto importante, y que es una consecuencia de este tipo de educación-negociación.
Muchos padres dicen: “Mi hijo no tiene voluntad, no colabora en ninguna las tareas del hogar”
Muchos maestros dicen: “Este alumno es un haragán, no trae la tarea hecha. Sólo la realiza cuando es amenazado con una mala nota”.
La falta de voluntad es la consecuencia directa de incentivar a los niños a realizar algo sólo cuando habrá un beneficio o castigo.
Esto queridos educadores no sólo en la niñez es tristemente peligroso; en la adultez luego la conciencia parece desaparecer. Está tapada en realidad, pero tan tapada está, que el hombre sólo hace, sólo pone voluntad si recibe algo a cambio.
¡Qué triste!, ¿y dónde quedó el deseo del bien? ¿Dónde quedó el anhelo del Alma, ese anhelo que se veía en sus ojitos cuando era pequeño?
El niño debe recuperar el placer de hacer cosas solo por el hecho de verlas hechas y terminadas. Sólo por el hecho de hacer algo por alguien o por si mismo. Sólo por el hecho de disfrutar, de sentir alegría en su corazón.
Debe recuperar el placer de hacer desinteresadamente.
En realidad, todos grandes y pequeños debemos recuperar la conciencia, aquella que sabe elegir, aquella que no necesita un premio o un castigo para hacer o decir.
En definitiva debemos recuperar el amor. La falta de voluntad, de motivación o de interés está ligada a la falta de amor.
Como adultos debemos rescatar el amor, el amor hacia el mundo.
El amor no selecciona por conveniencia. El sol envía su calor a todos los seres humanos, no reparte sus rayos según su conveniencia.
Para despertar la voluntad, debemos despertar el amor dormido.
A través de esta educación-negociación suprimimos en los niños su capacidad de amor.
¿Y cómo llegamos a esto? Porque lamentablemente así hemos crecido. Sólo repetimos este modelo por desconocimiento de otro.
Aquí está el trabajo de los padres, aquí está el trabajo de los maestros, de todos los adultos.
¿Cómo guiamos a los niños hacia el bien? ¿Cómo los ayudamos para que ejerzan su conciencia? ¿Cómo despertamos su voluntad?
Con coherencia. Cuando hablo de coherencia, hablo de hacer lo que se dice. Los sermones, apelaciones morales y moralejas, a menudo generan indiferencia. No se trata de esto la enseñanza, sino de que mostremos con el ejemplo lo que queramos enseñar.
Es decisivo el ejemplo viviente, y para esto debemos comenzar los adultos a conectarnos con la conciencia. A demostrarles a los niños el placer por hacer, la alegría por la creación, la satisfacción en dar sin recibir “nada” a cambio.
Como hemos dicho, dentro del niño está latente una afinidad hacia aquello que en el mundo representa lo bueno, y esa afinidad no es inculcada pero si guiada. Si el niño percibe el ejemplo de los adultos, esa fuerza interior se encausará.
Observemos cómo los niños reaccionan con satisfacción y orgullo frente a las buenas acciones de sus padres. Ningún niño reaccionaría con sentimiento de orgullo frente a las alevosidades de sus padres a no ser que premeditadamente se lo haya confundido.
Esto es el ejemplo, por eso es nuestra responsabilidad ser coherentes en nuestros actos, para inspirar a los niños en sus acciones.
Otro punto importante es presentarle al niño un terreno propicio para que pueda elegir. En la escuela por ejemplo puede comenzarse incitándolo a realizar tareas que tengan como fin el bien común, una satisfacción individual que repercuta en lo grupal, o una alegría por investigar y transmitir a los demás lo descubierto. Esto puede hacerse con trabajos de investigación con temas de intereses personales o temas de intereses sociales.
Puede también realizarse obras artísticas, como obras de teatro que sean de regalo para otros niños por ejemplo.
En la casa, es importante comenzar primero cortando poco a poco este tipo de negociación. Al principio seguramente se verá un caos, pero no olvide que luego del caos viene el orden.
También algo muy enriquecedor para el alma de los niños es contarles historias verídicas de grandes héroes, de maestros espirituales, etc. Relatos donde un buen ser humano se presente como figura de héroe.
Por supuesto que será una tarea diaria, y tal vez al principio necesitará ser constante y reiterativo, pero luego descubrirá que es tan orgánica que no será un esfuerzo sostenerla.
La conciencia está esperando un espacio para poder manifestarse. Si usted le ofrece este espacio, la conciencia sabrá. Al principio puede ocurrir que no se sepa aprovechar este nuevo lugar, pero en cuanto esto se vuelva un hábito, un estilo de vida, se preguntará por qué no he hecho esto antes.
Nancy Ortiz