martes, 18 de octubre de 2011

Obediencia o sentido comun? (por Laura Gutman)

Tenemos
muy arraigado el concepto de obediencia, porque casi todos quienes somos adultos
hoy, hemos sido criados en base al sometimiento a los deseos o necesidades de
alguien más poderoso. El más débil obedece al más fuerte que emite órdenes sobre
cómo vivir, comportarse, comer, dormir o relacionarse. Si hemos obedecido como
corresponde a los mandatos de otros individuos -generalmente nuestros padres- es
posible que nos hayamos acomodado desde muy pequeños a sus necesidades o su
moral y por lo tanto hemos obtenido beneficios. El más importante es haber sido
aceptados. Hasta ahí, las cuentas dan bien. Sin embargo, hay algo sutil que
sucede mientras somos niños, que es imperceptible pero opera a cada instante,
que es la
pérdida
de nuestro pulso básico
mientras hacemos grandes esfuerzos para adaptarnos a la

modalidad de los mayores. Se desvanece esa voz interior que nos guía y que nos
hace únicos. Extraviamos la autenticidad para situarnos en este mundo, en
armonía con “eso que somos”. Y así perdemos sin darnos cuenta, el sentido común, que en nuestra
sociedad es el menos común de los sentidos. Nos quedamos sin esa brújula interna
que nos alumbra para indicarnos lo que nos compete y lo que no, lo que nos hace
bien o nos hace mal, lo que encaja con nuestra personalidad o lo que nos
lastima. Después de años de esfuerzos para acomodarnos a aquello que les
conviene a los demás, hemos dejado de ser convenientes para nosotros mismos.
Entonces estamos
en
peligro
. En primer lugar, porque nuestros padres -mientras no

sean molestados- no registran que haya algún problema. En segundo lugar, porque
el rencor, la soledad, la rabia y el desamor crecerán en nuestro interior, y
alguna vez ese cúmulo de sensaciones negativas, explotarán. Desde el punto de
vista de los adultos, imponemos a nuestros hijos obediencias desmedidas y
alejadas del ser esencial de cada uno de ellos, perpetuando un
desastre espiritual
colectivo
. Tengamos la humildad de no pretender que nadie nos

obedezca. El único que debe ser obedecido, es el corazón.

Laura Gutman.