En estas semanas se han producido, en distintos puntos de nuestra geografía, algunos partos en plena calle, en un portal, en el coche o camino del hospital. En todos los casos han sido asistidos por quien estaba a mano: el padre, dos adolescentes que pasaban por allí o la hermana de la madre, sin ningún tipo de problema. El parto es un proceso fisiológico, y como tal, no necesita de ninguna intervención externa para cumplir sus funciones de manera adecuada. Pero su interrupción, como ocurre en todo proceso fisiológico (circulación sanguínea, respiración o digestión), supone un riesgo para la salud y la vida de la persona. Tampoco la concepción, el embarazo ni la lactancia materna, en principio, tienen porqué necesitar ninguna asistencia artificial. Es en los llamados países desarrollados donde se presentan mayores tasas de infertilidad, donde las mujeres muestran más dificultades al dar de mamar a sus hijos, o donde la «necesidad» de asistencia en el embarazo y parto ha llegado a parecer imprescindible. Pero en algún momento debimos de tomar el camino equivocado porque, tal y como demuestran siglos de supervivencia y evolución de la especie, la mujer y el bebé están biológicamente diseñados para desarrollar y completar dichos procesos de manera natural. El trabajo del parto se inicia, naturalmente, cuando el bebé ha llegado a término y está preparado para nacer, o cuando, por algún problema, tiene dificultad para seguir ahí. En todo caso, es el bebé, en principio, quien determina el inicio del proceso. Durante las contracciones, la falta de oxígeno y espacio le lleva a buscar la manera de salir, promoviendo la dilatación y su empuje hacia el exterior. A la madre le corresponde entregarse al proceso: cuando está más relajada y con sus músculos distendidos, facilita el parto. Si se tensa y se cierra, está haciendo más daño a su hijo y a ella misma, y va a necesitar más contracciones y más tiempo para que nazca el bebé. Para ello es importante que los miedos, naturales en cualquier mujer, se transformen en atención dirigida a sus propias sensaciones y en confianza en el proceso para colaborar con la criatura. La madre necesita para ello un espacio seguro e íntimo (como cualquier otra hembra) pero además, en el caso de la madre humana, es muy importante la presencia de alguien con experiencia, que dentro de esa intimidad, transmita afecto y seguridad. Alguien que le ayude a conectar con su fuerza, con la parte animal que se desencadena en todo parto. Y para que este apoyo realmente lo sea, debe ser cuidadosamente elegido, como veremos más adelante. Este clima de seguridad necesario incluye dos condiciones básicas: la primera, como dijimos, que el proceso no sea interrumpido, que sea respetado el tiempo necesario que puede oscilar entre 2 y 48 horas; la segunda, permitir que la mamá vaya eligiendo las posturas más cómodas que su cuerpo y el de la criatura van encontrando para que el parto avance por «el camino más fácil». La cabeza del bebé y el canal del parto están diseñados de manera inteligente para ir adaptándose mutuamente durante el proceso.Posturas habituales durante un parto son estar de pie, en cuclillas, sentada con las piernas abiertas, caminar, apoyar la parte superior del cuerpo sobre algo mientras se deja la pelvis colgando, entrar en una piscinita de agua caliente si tiene esa opción, etc. Es muy improbable que una madre, con libertad de movimientos, elija tumbarse sobre la espalda en una fase avanzada del parto. Es lógico: al mantener la pelvis vertical, la gravedad y el peso de la criatura sobre el cuello del útero, hacen que éste se acorte y se ensanche, facilitando y disminuyendo el tiempo de dilatación. Los protocolos actuales a que son sometidos los partos desde su inicio hasta su conclusión, en la mayoría de los hospitales españoles, se realizan en contra de estas necesidades naturales a las que, según la ley, toda mujer tiene derecho. Desde el momento del ingreso, ella se ve obligada a estar tumbada con lo que su dilatación y expulsión se dificultan hasta hacerse prácticamente imposibles. Tampoco se respeta el tiempo que requiere el proceso. De hecho cada vez más se programan los partos antes de tiempo, y/o induciendo y acelerando el proceso con oxitocina sintética, rompiendo la bolsa cuando no ha llegado el momento, etc. De modo que el comienzo y desarrollo de todo el trabajo transcurre de manera forzada y extremadamente dificultosa. Convirtiendo en necesarias todo tipo de intervenciones –«ayudas»– que no sólo son innecesarias sino peligrosas. Un ejemplo es el uso de oxitocina sintética que, para empezar multiplica por cuatro el dolor y acelera el ritmo de las contracciones hasta no dejar que la mujer y el bebé descansen entre ellas. Esto aumenta el sufrimiento materno-fetal. Para «prevenir o paliar» éste, a la madre le ponen la epidural y el bebé es sometido a una monitorización, casi siempre interna, en la que se clava una especie de tornillito en la cabeza del bebé, para que la matrona pueda controlar el sufrimiento fetal (muy fácil de provocar con estas prácticas) en 14 o15 partos a la vez, dejando a la madre definitivamente postrada en la cama para que el «tornillito» (que sujeta el llamado monitor interno) no se salga. La OMS define esta práctica como agresiva y arriesgada. Semejante «cóctel» llamado parto inducido, o como se dice ahora «parto medicalizado dirigido», consiste básicamente en: ser programado cuando no se ha iniciado de manera natural, con la mamá y el bebé tumbados, sin descanso entre contracciones y con sufrimiento de la madre que acaba desesperada pidiendo la epidural. Con la anestesia quedará ya casi del todo desconectada de un proceso que sólo puede evolucionar cuando mamá y bebé colaboran activamente y en equipo. Además, el incremento de sufrimiento fetal debido a la oxitocina, hacen que el bebé tenga que ser sacado, casi siempre, de manera violenta del cuerpo de su madre. Por eso actualmente estos partos inducidos acaban casi siempre en episiotomía y forceps y el 60% de ellos, en cesárea. Estas prácticas son innecesarias, de no haber organizado todo ese protocolo imposible, peligroso y cruel. En esas condiciones se puede considerar como un gesto de compasión el uso de la epidural.Y al final las mujeres se sienten agradecidas al equipo médico. Pero entonces, si parir tumbada era casi imposible, con la anestesia ya es un milagro. Por eso los partos acaban en nuestros hospitales casi siempre de esa manera. Pero, desgraciadamente, no acaba ahí: todavía se están estudiando los efectos que esta forma de nacer tiene sobre el vínculo materno-filial; pero cualquier madre que ha pasado por la experiencia, sabe que los días siguientes a un parto así son duros por la herida física y emocional infringida; y ello dificulta disfrutar de la experiencia maternal en su inicio. Las consecuencias para el bebé, son difíciles de valorar. La mayoría de las madres paren actualmente de esta manera, y creen que ha sido un buen parto porque ambos han sobrevivido. Sólo cuando pueden comparar con otra experiencia –un parto natural y amoroso– se dan cuenta de que les han «robado el parto» (por usar sus propias palabras), de que todo ha sido una experiencia de maltrato para ambos. Estas madres que pueden comparar distintas formas de parir, explican que estos hijos y el vínculo con ellos es muy diferente cuando su relación no comenzó de manera violenta (más información: www.elpartoesnuestro.org). La OMS da unas recomendaciones y advertencias a las que cada vez más madres y profesionales de la obstetricia nos acogemos (y nos lo ponen difícil), y no por un capricho, sino por un derecho legal que nos asiste y porque nuestra responsabilidad como padres y profesionales es asegurar las mejores condiciones para que el nacimiento de las criaturas se produzca sin violencia gratuita, con respeto, con dignidad, con la paciencia y el cariño que una madre y un recién nacido necesitan y al que tienen derecho. A continuación recogemos algunas de ellas (puede ampliarse la información en la Plataforma Proderechos del Nacimiento): • La OMS recomienda que la embarazada no sea colocada en litotomía dorsal (tumbada boca arriba) durante la dilatación y expulsivo sino que pueda elegir libremente qué posición tomar. • Evitar durante el expulsivo la rutina analgésica, salvo para prevenir o corregir alguna complicación. Cuando se respeta el tiempo necesario de dilatación, se facilita la producción de endorfinas, «droga» natural analgésica que la naturaleza proporciona a las mujeres para disminuir el dolor mientras sigue colaborando activamente en el proceso. • Se advierte sobre la necesidad de proteger el perineo, no estando justificado el uso sistemático de episiotomía (en nuestro país es práctica rutinaria). Según José Villar (OMS, Salud Perinatal) la episiotomía, no sólo no cumple el objetivo de evitar desgarros, sino que aumenta dicho efecto. • La inducción del parto debe reservarse para indicaciones médicas específicas y «ninguna región debería tener más del 10%» . • No se recomienda la rotura precoz de la bolsa como procedimiento de rutina. No está indicado rasurar el vello púbico ni la administración de enemas antes del parto. • Según la OMS, los países con menor índice de muerte perinatal tienen menos de 10% de cesáreas, no pudiendo justificarse que ninguno tenga más del 10-15%. En nuestro país, según distintas fuentes, la tasa está entre el 20-30%, practicándose el doble de ellas en clínicas privadas que en hospitales públicos. Parece que la tendencia va en aumento, por el temor a demandas judiciales. • Así mismo la OMS advierte sobre el peligro de infecciones que comportan los tactos del cuello del útero practicados durante la dilatación, por lo que debe hacerse sólo cuando es imprescindible y con mucho cuidado porque, además, es muy doloroso (en determinados hospitales -los universitarios-, los médicos en prácticas pueden hacer hasta 7/8 a una mujer durante su dilatación para aprender). • El inicio de la lactancia materna se recomienda antes de abandonar la sala de partos. El protocolo al que se somete al recién nacido, es otro capítulo difícil del que nos ocuparemos en otro momento: un mal-trato que puede evitarse siguiendo igualmente las indicaciones de la OMS, tal y como se hace ya en algunos hospitales del mundo y también en España: en los llamados «Hospital amigo de los niños» (www.iahn.org.es). Resumiendo: humanizar y facilitar el proceso del parto es permitir que se inicie en su momento y se respete su tiempo, que la madre tenga libertad de movimientos y pueda comer y beber algo que le apetezca para mantenerse hidratada y reponer fuerzas. De esta manera, la vía que se coge a la mujer al ingresar en el hospital como si estuviese enferma, no es necesaria y si lo fuera, se cogería entonces. No se debe hacer ninguna intervención externa si no es realmente necesaria, explicando siempre qué y para qué, respondiendo las dudas de los padres y respetando sus deseos. Todo ello en un escenario cómodo y cálido para que la madre se sienta más relajada; y acompañada por su pareja (si es su deseo y si es posible), y por profesionales de confianza, elegidos con tiempo y cuidado. ¿A qué nos referimos cuando decimos «profesional de confianza»? En primer lugar, a una matrona con experiencia en asistencia a parto natural. Porque no tiene nada que ver lo que hay que saber para acompañar un parto natural, con lo que hay que saber para intervenir en una mujer haciendo episiotomías, forceps, cesáreas, etc. Esto es especialidad del tocólogo y deberían ser siempre prácticas excepcionales y muy justificadas: conozco matronas y médicos que atienden con facilidad partos vaginales sin episiotomías a bebés grandes, con presentación de nalgas, con vueltas de cordón, etc. Con la única ayuda de su conocimiento y experiencia en la fisiología del parto. Pero hay que saber mucho para saber que no hay que hacer casi nada. Cada vez somos más las personas que estamos trabajando en esta dirección porque sabemos que es el camino para conseguir que nuestros hijos puedan venir al mundo ayudados por los profesionales y no atropellados por ellos. Cada vez son más los médicos y matronas que se avergüenzan de estas prácticas porque reconocen que obedecen a intereses ajenos al nacimiento: a su comodidad (por eso parir tumbada), a irse antes a casa porque saben a qué hora termina el parto (por eso la programación y la oxitocina, que es además otro supernegocio para los laboratorios), a su economía (porque en medicina privada se gana mucho más por una cesárea, al temor a las denuncias), etc. Todos, intereses ajenos a la calidad del proceso. Actualmente, los profesionales que se forman en parto natural, lo hacen de manera prácticamente marginal. Así pueden aprender, por ejemplo, que un posible desgarro de periné «se ve venir» y hay tiempo de intervenir entonces; y saben que en todo caso cicatriza mejor que una episiotomía. De ningún modo puede considerarse una medida preventiva el hecho de causar un daño seguro para evitar algo muy improbable y menos dañino. La verdadera prevención consiste en preparar el suelo pélvico al final del embarazo y en dar tiempo y facilidad a la madre para colocarse en posturas favorables para que el músculo no sea forzado más allá de su límite. El nacimiento siempre fue considerado como un acontecimiento sagrado. Por eso, la madre y el bebé no pueden ser tratados como «objetos» sometidos por sistema a protocolos médicos, a rutinas que contrarían y maltratan su sensibilidad y necesidades. Porque son seres humanos dignos de respeto y apoyo y porque son los protagonistas de «un milagro», de un acontecimiento extraordinario: el inicio de una vida. |